lunes, 12 de diciembre de 2011

BRILLANTE COLABORACIÓN

ARQUEOLOGÍA HERÁLDICA

Por don José Antonio Vivar del Riego
Heraldista
Barón de Sórvigo, en el reino del Maestrazgo



Mi muy querido amigo:

La arqueología es una ciencia que no deja de sorprenderme. Hay profesionales que dedican media vida a excavar los sitios más prometedores y sólo encuentran algunas monedas perdidas por excursionistas despistados, como también hay excursionistas despistados que sin darse cuenta se sientan a comer el bocadillo de tortilla de patata encima de pedruscos que harían la felicidad de un congreso de arqueólogos. Paseas por un sitio donde hubo un antiguo alfar romano, y ves los trozos de terra sigillata asomando entre los terrones levantados por el arado, mientras que si visitas un páramo donde se hubiera celebrado alguna batalla medieval puedes encontrar una osamenta en correcto estado de revista con sólo asomarte bajo una piedra. Si te das un garbeo por el interior de la selva amazónica puedes encontrar restos de una civilización perdida, y tengo oído de un señor de Santander que se llamaba Marcelino, que fue a enseñarle una cueva a su hija y se encontró con unas pinturas de lo más rupestre.
Recientemente he leído en la prensa la noticia del hallazgo casual de un pedrusco heráldico bastante aparente, en un sitio que -en mi opinión- resulta cuando menos improbable. La historia es la siguiente: en el río Cega a su paso por la localidad segoviana de Cuellar, había un molino harinero abandonado hace ya varias décadas, cuando la mecanización de las tareas agrícolas relegó al olvido los viejos oficios artesanales. Aquel molino hacía las moliendas gracias a la fuerza del agua, dominada por una pequeña presa que remansaba el agua cauce arriba, construida de forma bastante rudimentaria en tiempos inmemoriales. La Confederación Hidrográfica del Duero, siempre presta a mejorar los ríos de su jurisdicción, decidió un día que el entorno del río Cega estaba hecho una cochambre, y allí se plantó con sus máquinas, sus operarios, y sus técnicos con casco amarillo y planos debajo del brazo. Acometido el derribo de la vieja presa del molino la sorpresa debió de ser mayúscula cuando entre las irregulares piedras que se llevaban en camiones, apareció un pedrusco rectangular de metro y medio de largo que, convenientemente desempolvado, resultó ser una labra heráldica bastante bien conservada, con su yelmo, lambrequines, cruz santiaguista y todo.
Avisada la Comisión de Patrimonio, ha acordado con el mejor criterio, considerar que la pieza es un BIC (no me refiero a un bolígrafo, me refiero a un Bien de Interés Cultural) y ordenar su traslado al Museo de Segovia, donde supongo le pasarán el aspirador, y la expondrán al público en una vitrina con una lamparita y un cartel, para general solaz y esparcimiento.

Dicen los expertos que este escudo presenta las armas del linaje de Daza, que son de plata, una cruz de gules hueca y floreteada, cantonada de cuatro calderas de sable; bordura de gules, cargada de diez aspas de plata. Incluso hay quien apunta a que pertenezca a algún personaje concreto, que pudiera ser Agustín Daza y Vázquez, capellán del rey Felipe IV, aunque me parece que no deja de ser una conclusión apresurada, por cuanto que nuestro pedrusco luce un yelmo y no el capelo con borlas que correspondería a un eclesiástico. De todos modos, supongo que no faltará quien estudie de qué casona pudo salir tal pieza, quién fue el titular de aquellas armas, y cómo demonios terminó siendo reutilizada para un uso tan singular. ¡Eso sí que es reciclar, y no echar el tetrabrik al contenedor amarillo!
En todo caso, permíteme que me congratule por este descubrimiento tan chocante. Esta piedra, como Moisés, ha sido salvada de las aguas, y va a pasar el resto de su existencia de la manera más digna, entre los fondos de un museo. Mejor destino que el de tantas labras heráldicas arrancadas traidoramente de las paredes para decorar casas de campo o dar una pátina de buen gusto a horteras restaurantes de diseño.

Recibe un muy cordial saludo:

El barón de Sórvigo