domingo, 11 de diciembre de 2011

APORTACIÓN

TERCER CRITERIO

Por el doctor don Florentino Antón Reglero
Capitán de la Marina Mercante Española
Máster Universitario en Derecho Nobiliario y Premial, Heráldica y Genealogía



Sobre el tercer criterio del diseño heráldico, o “Del cromatismo” (C3)”

Después del lago silencio que me impusieron el período estival y el resto de compromisos adquiridos casi sin darme cuenta, recurro de nuevo a la generosidad de D. José Juan Carrión Rangel para abordar en su singular Blog, si él con mejor juicio lo considera oportuno, el último de los tres criterios que rigen el diseño heráldico: el del cromatismo, visto como los anteriores desde el particular enfoque que nos proporciona la antropología sociocultural en su percepción de la Edad Media o, como algunos preferirán decir: desde la perspectiva de la Historia de las Mentalidades.

Manteniendo el mismo concepto de criterio, entendido, lo hemos dicho ya en ocasiones anteriores, como aquello que nos conduce a la verdad objetiva, y utilizando también la misma metodología, se trataría ahora de establecer la posible relación entre el Cromatismo (C3) como criterio y aquellos Fundamentos de la Estética Medieval (FEM3) que pueden serle concordantes, es decir, debemos establecer su relación de congruencia (C3 Ξ FEM3).

El cromatismo como criterio (C3) recoge el sentido de la primera ley del diseño heráldico con respecto al uso de los esmaltes, pero, en realidad, va más allá. No se trata sólo de utilizar de forma adecuada un número limitado que, por lo demás, mantiene ligeras variaciones de unos países a otros; aunque, eso sí, dentro de una fuerte coincidencia de su núcleo fundamental. El criterio se fundamenta en dos aspectos complementarios: la naturaleza de los colores (C3a), caracterizada por su simplicidad, lo que evita no sólo el uso arbitrario de los compuestos, si no también la utilización de matices dentro de un mismo color, y una reglada combinación cromática (C3b) que facilite la nitidez que producen los contrastes. Tenemos por tanto que [C3 = f (C3a, C3b)]. En consecuencia, es posible decir que el criterio del cromatismo es función de la naturaleza de los colores y de su combinación.

Desde el punto de vista de la estética medieval (FEM3) el color ha tenido siempre en la Edad Media una solución intelectual de carácter metafísico, algo que desarrolla con inteligente claridad Jéssica Jaques Pi en su trabajo sobre La estética del románico y del gótico (ed. A. Machado Libros S.A., 2003, pp. 33-37; 104-112), y su incorporación al concepto de belleza lo habíamos relacionado con el pensamiento de San Agustín cuando abordamos el segundo criterio; pero, como dice Umberto Eco en su Arte y Belleza en la Estética Medieval (ed. Lumen S. A.,1999, p. 59) «el gusto por el color y la luz es […] un dato de reacción espontánea, típicamente medieval, que sólo sucesivamente se articula como interés científico y se sistematiza en las especulaciones metafísicas (aunque desde el principio, la luz, en los textos de los místicos y de los neoplatónicos en general, aparece ya como una metáfora de las realidades espirituales)». El arte figurativo de la Edad Media, nos dice el mismo autor, «no conoce el colorismo de los siglos posteriores y juega sobre colores elementales, sobre zonas cromáticas definidas y hostiles al matiz, sobre la yuxtaposición de colores chillones que generan luz por el acuerdo del conjunto, en vez de dejarse determinar por una luz que lo envuelva en claroscuros o haga salpicar el color más allá de los límites de la figura» (FEM3).

La lectura de este análisis que Umberto Eco hace del uso del color en la Edad Media podría pasar por una copia del sentido más genuino del “Criterio del cromatismo” que apenas hemos esbozado y, como se intuye que ocurría también en relación con la búsqueda de la nitidez en el diseño heráldico, primero fue el uso espontáneo de unos determinados colores y su yuxtaposición, y después la costumbre generalizada de hacerlo así. Todo para responder a un sentimiento interior que se universaliza, y se acepta como norma no escrita por los artistas de ese tiempo. Podríamos decir, por tanto, que primero fue el uso espontáneo de los colores en el arte medieval, y después su justificación: más mística y simbólica que especulativa, más teológica que filosófica, incluso en el marco intelectual de la Escolástica.

Posiblemente sea este el caso en que con mayor claridad se percibe la relación entre la costumbre en el manejo de los colores de las obras nacidas durante los siglos de la plenitud medieval, y la ley heráldica que regula su uso cuando hablamos del Arte del Blasón; por lo que, abstracción hecha ahora de los planteamientos metafísicos que lo justifican, podemos decir que sí existe un nivel de congruencia específico entre el tercer criterio heráldico y los fundamentos de la estética medieval relativos al uso del color, es decir, que (C3 Ξ FEM3).

Finalizamos aquí con este tercer análisis, simplificado como en los casos anteriores, considerando que efectivamente el diseño heráldico no es una mera y aislada casualidad, sino un producto de su tiempo. Y que, como dice Ananda K. Coomaraswamy, en su Teoría Medieval de la Belleza (ed. Lumen, S. A. 2001, p. 40), «Para juzgar obras del arte románico y comunicarlas, el crítico o profesor de este campo debe convertirse en un hombre del románico, y para ello se necesita más que sensibilidad para las obras románicas o conocimientos sobre ellas», en realidad debe ‘comprenderlas’, porque ello implica identificarse incluso anímicamente con toda su dimensión antropológica.

Si trasladamos este pensamiento hacia la heráldica, algo posible por lo que hemos venido diciendo, los diseñadores heráldicos que hoy tienden a desarrollar sus obras imitando trazos medievales están en su derecho de hacerlo, y sin duda suelen ser de gran belleza sus trabajos, pero desde el punto de vista socio-cultural, este tipo de obras, sin duda válidas en todos sus extremos, no son más que una imitación moderna de lo que genuinamente es medieval, al igual que el Renacimiento lo fue de la Antigüedad Clásica. En definitiva, cada obra es hija de su tiempo. Es su espíritu lo que la hace perpetuarse por encima de las épocas y de los estilos. Es por eso por lo que la heráldica ha llegado hasta nosotros. Pero esta, sin duda, es otra cuestión.