domingo, 8 de marzo de 2009

LA CHATA EN ARGENTINA

Don Alejandro Pomar, distinguido caballero, tiene la deferencia de enviar unas líneas desde esa nación Argentina hija de España. En ellas nos habla de la infanta doña María Isabel de Borbón, la chata, de la que se expusieron unos retazos biográficos, muy someros, hace escasas fechas. Estas son sus palabras:

En su entrada de hoy se refiere usted a María Isabel de Borbón, Infanta de España. Ella estuvo en Buenos Aires en visita oficial en nombre de la Corona española en los festejos del Centenario en 1910, y se ganó el afecto popular. Una calle de Buenos Aires lleva el nombre de quien aquí es conocida y recordada, sencillamente, como la "Infanta Isabel".A continuación remito un artículo aparecido en el diario bonaerense La Nación sobre el particular:


La infanta que no quería ser reina.


Isabel de Borbón, representante de España en los festejos por el Centenario de la Revolución de Mayo, fue una de las figuras más populares de su patria.El recuerdo de Isabel Borbón, aquella señora imponente y simpática que supo ganarse el corazón de los argentinos durante los festejos del Centenario de Mayo en 1910, perduró en la memoria popular por muchos años, tantos como en su propia tierra donde "La Chata", como la denominaba el gracejo popular, era sinónimo de cualidades y defectos bien hispanos. Muchos la recordaban, vestida de oscuro, paseándose entre la gente con su andar majestuoso y su inolvidable sonrisa.La primogénita del matrimonio de Isabel II y Francisco de Asís, sobre cuya paternidad existieron siempre vehementes dudas, nació el 2 de diciembre de 1851. El rey la presentó a la Corte y, enfrentándose al vencedor de Bailén, el célebre general Castaños, que contaba entonces noventa y cuatro gallardos años, le dijo disimulando lo más que pudo su voz aflautada: "Tú, que has conocido cuatro reinados, mira esta princesa de Asturias que puede llegar a ser tu soberana". Y casi lo fue, pues pocos meses más tarde la reina recibió una puñalada en la iglesia de Atocha, cuando se disponía a presentar a su hija a la patrona de Madrid.La niñez de la princesa se vio entristecida por los permanentes escándalos que protagonizaban sus padres. Don Francisco de Asís había trabajado en las sombras, con énfasis digno de mejor causa, para deponer a su odiada esposa y permitir así que ocupase el trono el pretendiente carlista, el conde de Montemolín, a quien se debía dar el nombre de Carlos IV. El rey se aseguraba para sí y para Isabel II "los honores que actualmente disfrutan". "La Chata" se casaría con el hijo mayor aún no nacido de Montemolín, y si éste no lograba tener un heredero varón, con el del infante don Juan. En cualquiera de los casos, los futuros esposos se llamarían "los segundos reyes católicos" y tendrían igualdad de derechos. Todo fracasó por la acción de la policía, y la reina Isabel perdonó de mal grado a su marido para satisfacción del ministerio de turno y salvaguardia de la monarquía.El nacimiento de Alfonso XII, aparentemente fruto de los amores de la reina castiza con el oficial de ingenieros Puig Moltó, acaecido en 1857, convirtió a Isabel, de princesa de Asturias en infanta de España. Probablemente esto le agradó sobremanera, pues si bien amaba la Corona como institución, le interesaba poco ceñir los reales atributos sobre su cabeza.De todos modos, la infanta fue, como recordó don Vicente Sánchez Ocaña en un precioso artículo publicado hace casi cincuenta años en La Nación, una figura señera de cuatro cortes: La de su madre, la de su hermano Alfonso XII, la de su cuñada la regente María Cristina y la de su sobrino Alfonso XIII. Casada muy joven con un Borbón de Nápoles que se suicidó poco después, se entregó al servicio de la Corona y "fue directora efectiva de la Corte", ayudada por su carácter imperioso que no afectaba su espontáneo sentido del humor: "Doña Isabel hace cumplir la etiqueta fanáticamente y a unos borbones y a una aristocracia que, desde Carlos IV, están viviendo en zapatillas, los obliga, de pronto, a convertirse en personajes rígidos del Escorial, bajo la mirada de Felipe II".Su respeto por el trono era tal que le hacía contemplar al rey como "una especie de teniente de Dios". En el artículo antes citado, aparece esta anécdota: "Un día en la mesa de Alfonso XIII, que acaba de cumplir 16 años, está recién coronado y estrena autoridad, la infanta Eulalia no se sirve de un plato: "¿Porqué no comes?", dice el soberano adolescente a su tía. "Quiero que comas." "No me gusta la coliflor." "Quiero que la comas, sin embargo." "Nunca -empieza a explicar la infanta Eulalia- he podido..." Pero su hermana Isabel la interrumpe violentamente: "¡Obedece Eulalia! ¡Lo manda el rey!". La infanta suele decir también a su sobrino: "Un rey no se equivoca nunca". En las primeras décadas del siglo fue una verdadera encargada de las relaciones públicas de Alfonso XIII en Madrid, y se lo pasaba de acto en acto y de exposición en exposición. Pero los años le hicieron perder influencia en la Corte, donde era tratada con una mezcla de sorna y ternura por sus allegados, quienes la llamaban, riendo, "el sostén de las instituciones".

En 1929 murió la reina madre María Cristina, su cuñada y última amiga. Y se encerró en la casona de la calle Quintana.Un día de abril de 1931, postrada por una enfermedad que la privaba casi de movimiento, escuchó el lejano eco de jóvenes voces que cantaban por la calle de la Princesa:"¡Ay Alfonsín!/ ya te las lías/ porque no te son fieles/ los coroneles/ de infantería".El rey se alejó de España. Lo siguieron su esposa e hijos. El gobierno garantizaba en cambio la permanencia de la infanta, como una verdadera reliquia. No aceptó y hubo que llevarla en una camilla hasta el tren que la depositó en París. Allí no la aguardaban ni Alfonso XIII ni otros miembros de la familia. La trasladaron al convento de Auteuil, donde vivía su hermana, y murió, sola, a los ochenta años, en 1931. Todos sus bienes terrenos ascendían, en la hora suprema, a 19 francos.

Por Miguel Ángel De Marco.

El autor es presidente de la Academia Nacional de la Historia.

Cordialmente:

Alejandro Pomar.